Tres perspectivas: Duck Architecture
- NATALIA I RIVERA-COLLAZO
- May 20
- 3 min read
La arquitectura, como disciplina visual, espacial y cultural, siempre ha estado en tensión entre lo que muestra y lo que esconde. Al leer tres entradas de blog escritas por estudiantes de la Escuela de Arquitectura sobre la arquitectura “Duck”, acuñada por Venturi, Scott Brown e Izenour en Learning from Las Vegas (1972), me encontré reconsiderando esa tensión entre forma e interior, entre literalidad y profundidad. Las reflexiones ofrecidas en estos textos exploran la validez, el impacto y los riesgos de esta arquitectura que se convierte en su propio mensaje: un signo habitable, una imagen construida.
Desde la primera entrada, escrita por Arnaldo López y su grupo, se introduce el caso de Dave Longaberger y su edificio en forma de cesta como un ejemplo de cómo la arquitectura “Duck” puede ser vista como kitsch o banal, pero también como una forma válida de comunicación estética. Este edificio no pretende esconder lo que es: su forma y su función son una sola cosa. Y aunque pueda parecer una excentricidad, representa un tipo de arquitectura que prioriza el mensaje y el impacto visual como herramientas legítimas del diseño. Venturi y sus colegas no solo defienden esta aproximación, sino que la elevan al mismo nivel que la arquitectura "seria", porque entienden que el lenguaje visual también tiene valor cultural.
Por otro lado, el texto de Gabriel Escobales, Darel Malpica y Sofía Vergara introduce una crítica fundamental sobre los límites de esta arquitectura cuando se desbalancea. Muchos edificios hoy se han convertido en “objetos-rótulo”, más preocupados por ser vistos desde un celular o desde un auto que por ofrecer una experiencia espacial significativa. En su crítica no hay un rechazo total de lo escultórico, sino una advertencia: cuando el letrero tiene más valor que el espacio que lo sostiene, perdemos el poder más importante de la arquitectura, que es generar lugar y memoria desde la experiencia vivida.
La entrada de Mariana Merlo, Nathalie Acosta y Ana Rodríguez matiza la crítica anterior, reconociendo que la arquitectura “Duck” tiene su lugar en ciertos escenarios —como parques temáticos o edificios de consumo— donde el símbolo inmediato y el impacto visual cumplen funciones claras. Pero también proponen una reflexión crítica sobre lo que sucede cuando esta lógica se traslada indiscriminadamente a otros contextos. ¿De verdad necesitamos bibliotecas con forma de libros o clínicas con forma de jeringa? ¿Qué pasa cuando reducimos la arquitectura a un gesto que se agota en su imagen? La forma puede ser poderosa, pero solo si está acompañada de intención y profundidad espacial.
Después de leer estos textos, parece fundamental que la arquitectura comunique, que tenga identidad visual, incluso que pueda provocar o divertir. Pero también, como sugieren estas entradas, que debemos cuidar que esa expresividad no sustituya el contenido. La arquitectura que solo se ve, pero no se siente ni se recuerda por su espacialidad, se queda a medio camino. Es importante, como mencionan los textos, recuperar una arquitectura que invite, que se habite con calidad, que se relacione con el cuerpo y los sentidos. Más allá del debate entre lo kitsch y lo serio, entre lo simbólico y lo funcional, lo que estos ensayos recalcan es que la arquitectura debe ser completa. Que no se trata de negar el poder de la forma, sino de integrarla con inteligencia, sensibilidad y propósito. La arquitectura “Duck” tiene valor, sí, pero también límites.
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