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Reflexión final: habitar la complejidad del pensamiento arquitectónico

  • Writer: NATALIA I RIVERA-COLLAZO
    NATALIA I RIVERA-COLLAZO
  • May 20
  • 2 min read

Al mirar hacia atrás, las reflexiones compartidas a lo largo de este semestre revelan una constante: la arquitectura no puede entenderse desde una sola dimensión. Entre el orden y la fragilidad, lo simbólico y lo funcional, lo original y lo heredado, se teje un campo de pensamiento que, lejos de ser lineal, está lleno de contradicciones productivas. Explorar estas tensiones ha sido una invitación a repensar lo que significa diseñar, interpretar y habitar el espacio.

A través del estudio de la arquitectura “Duck” y sus múltiples lecturas, comprendí que la forma puede ser herramienta de comunicación poderosa, pero también riesgo de superficialidad si se desconecta de la experiencia interior. Las discusiones sobre edificios que gritan desde la fachada, pero callan en el uso cotidiano, me llevaron a valorar la arquitectura que no solo se ve, sino que se vive, que acoge, que se despliega con coherencia entre envolvente y contenido. En ese diálogo entre piel y profundidad, forma y función, se juega la autenticidad del proyecto arquitectónico.

Asimismo, pensar el orden como algo frágil, como plantea Joaquim Español, me permitió reconciliarme con la idea de que el diseño no necesita ser rígido para ser riguroso. El orden no es un dogma, sino una herramienta que se adapta, que se tensiona, que se transforma. Esta visión me ayudó a ver el proceso creativo como un terreno de negociación entre estructura y libertad, entre tradición y ruptura, entre lo que se espera y lo que se propone.

Finalmente, al enfrentar los conceptos de originalidad y autoría, confirmé que crear no es partir de cero, sino saber navegar las influencias con conciencia crítica. La verdadera innovación no siempre nace de lo nunca visto, sino de la capacidad de desviar, reinterpretar y transformar. En un mundo saturado de imágenes, donde todo parece ya haber sido dicho o construido, es en las grietas, en lo incompleto, en la imperfección, donde muchas veces aparece lo más auténtico.

Concluir este semestre es también aceptar que pensar arquitectura es asumir contradicciones sin resolverlas del todo. Es una práctica que exige sensibilidad, rigor y sobre todo, disposición a habitar la incertidumbre. Me llevo de estas reflexiones no una respuesta definitiva, sino una brújula: una forma más consciente de mirar, pensar y diseñar, entendiendo que el valor de la arquitectura está tanto en lo que expresa como en lo que permite experimentar. En su forma, en su función, pero sobre todo, en su capacidad de generar sentido.

 
 
 

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