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Más Allá del Objeto: La Arquitectura Sensorial de Nataniel Fuster

  • Writer: NATALIA I RIVERA-COLLAZO
    NATALIA I RIVERA-COLLAZO
  • May 20
  • 3 min read

En el contexto de la Escuela de Arquitectura del Recinto de Río Piedras, la conferencia presentada por el profesor y arquitecto Nataniel Fuster ofreció una visión profunda sobre la arquitectura como una práctica que va más allá de la forma. En lugar de limitarse a concebir edificios como objetos plásticos manipulables desde un enfoque puramente estético o formal, Fuster propone una mirada mucho más íntima: la arquitectura como una experiencia sensorial, donde los materiales, la luz, el sonido y el espacio mismo son orquestados para provocar emociones y estados de ánimo específicos. Su trabajo demuestra que el verdadero valor de una obra arquitectónica no reside únicamente en cómo se ve desde afuera, sino en cómo se siente desde adentro.

A través de su práctica, Fuster utiliza la plasticidad de los materiales no solo como herramienta de diseño formal, sino como medio para crear atmósferas cuidadosamente compuestas. Sus proyectos nos invitan a pensar la arquitectura desde la experiencia corporal y emocional del usuario. Cada elemento —desde la entrada de luz hasta el sonido del agua— es pensado para inducir sensaciones particulares. Un ejemplo de esto es Casa Delpín, donde las entradas de lluvia y luz no solo cumplen funciones técnicas, sino que están diseñadas para interactuar poéticamente con el agua de la piscina. El reflejo del sol, el sonido de la lluvia y la relación visual con el agua generan una experiencia en la que el usuario se vuelve consciente de su entorno de forma sensorial y emocional.

Otro ejemplo revelador es el hotel El Blok, en el cual Fuster utiliza el color como estrategia perceptiva. En este caso, el color verde resalta el nivel de mayor luminosidad, guiando la atención del visitante hacia un punto específico y reforzando la percepción espacial del edificio. Esta decisión cromática no es superficial, sino una herramienta para influir en cómo se experimenta el lugar, especialmente en un contexto de hospitalidad donde la percepción del ambiente es clave para el confort del usuario.

En las piscinas terapéuticas de La Esperanza, Fuster lleva aún más lejos su exploración sensorial. Aquí, la arquitectura enmarca el cielo de manera deliberada, inspirándose en el efecto zen para fomentar la relajación y la meditación. El uso controlado de sonidos —como el goteo o chorros de agua— enriquece la experiencia, demostrando que la atmósfera no se construye únicamente con formas, sino también con estímulos auditivos y visuales. En este proyecto, el espacio se convierte en un refugio emocional, casi espiritual, donde el cuerpo y la mente encuentran un equilibrio provocado por el diseño.

Lo más significativo de la propuesta de Fuster es que redefine la noción de lo que significa “habitar”. Nos recuerda que la arquitectura no es solo un ejercicio de composición visual, sino un arte de diseñar experiencias. Cada una de sus obras plantea una pregunta fundamental: ¿cómo queremos que se sienta un espacio, y cómo podemos lograrlo mediante el uso consciente de los materiales, la luz, el color y el sonido? Su enfoque demuestra que el arquitecto, más que un escultor de volúmenes, es un compositor de atmósferas. Resulta inspirador ver cómo los espacios pueden diseñarse no solo para ser habitados, sino para ser sentidos. Fuster nos recuerda que, en un mundo donde muchas veces predomina la imagen, hay un valor inmenso en lo intangible: en la sombra que se mueve, en el reflejo del agua, en el sonido que calma. La arquitectura, en su forma más profunda, es la creación de experiencias.

 
 
 

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