Del Sentimiento que Da Paso a la Razón
- NATALIA I RIVERA-COLLAZO
- Feb 11
- 3 min read
Updated: May 20
Valor Visceral y Valor Académico
¿Qué hace que una estructura o un espacio puedan considerarse arquitectura: su valor intelectual o el sentimiento visceral que provoca en quienes lo experimentan? Es una cuestión compleja separar el proceso académico del proceso creativo cuando se trata de una práctica tan mixta como la arquitectura. Sin embargo, es evidente que, para muchos, uno de estos extremos tiende a tomar mayor importancia. A lo largo de los años, han surgido diversas propuestas sobre lo que define a la arquitectura, marcando una relación con la idea de lo sublime. Es en lo sublime donde radica la distinción de lo que transforma una estructura, un espacio, o incluso un dibujo, en arquitectura. Más curioso aún es que lo sublime puede surgir tanto del entendimiento puro de las cosas como de la ruptura entre la imaginación y la realidad que un individuo pueda experimentar. A través de este lente, comprendemos que el sentimiento y el comportamiento que un individuo tiene con un espacio son esenciales para determinar lo que puede ser considerado arquitectura, estando esta interacción profundamente conectada con lo visceral y lo espontáneo.
El estado de sublimidad no puede definirse de manera concreta, ya que se experimenta de formas muy diversas. Esto se refleja en A Philosophical Enquiry into the Sublime and Beautiful (1757), donde Edmund Burke asocia lo sublime con el dolor y el placer, afirmando que estos dos afectos son la raíz de esta intensa emoción. Burke incluso sostiene que cualquier cosa que despierte ideas de dolor o preservación personal —aquello análogo al terror— es fuente de lo sublime. Esto podría deberse a que la sublimidad juega con nuestra imaginación y percepción de lo posible, siendo esa irracionalidad la que provoca una reacción visceral. Un ejemplo perfecto de esto se encuentra en la obra de Étienne-Louis Boullée, cuya arquitectura, aunque solo plasmada en dibujos, logra generar un sentimiento de incomodidad y asombro difícil de asimilar. En una de sus obras más emblemáticas, el Cenotafio de Newton, utiliza la imagen de una tumba vacía a una escala monumental, incorporando elementos clásicos que provocan cierta disonancia. En muchas de sus piezas, se evidencian referencias al canon griego y a tipologías arquitectónicas clásicas. Estas representaciones idealizadas, que buscan exaltar el conocimiento, logran revelar la visceralidad a la que puede llegar la arquitectura, incluso sin ser construida.
Con esta idea de la visceralidad, podemos entender cómo lo visceral da paso a lo racional, a aquello que relacionamos con lo académico. De la misma manera que lo irracional puede generar un sentimiento de sublimidad, la comprensión racional de lo que estamos habitando o presenciando también puede llevarnos a ese estado. La arquitectura visceral conecta al individuo de una manera más orgánica, mientras que la arquitectura académica propone un sistema para alcanzar esta conexión de manera controlada. Este proceso racional, aunque puede carecer de experimentación creativa, nace del mismo lugar que la arquitectura visceral. Jean-Nicolas-Louis Durand relacionó la racionalidad con las tipologías constructivas del canon clásico, donde la belleza, la simetría y la proporcionalidad se convierten en los fines que se deben buscar. En sus obras, estos conceptos se reflejan junto al uso de formas simples. Para apreciar plenamente esta arquitectura, es necesario valorar también la razón, algo que solo se alcanza cuestionando aquello que es irracional.
Entonces, ¿qué hace que una estructura o un espacio puedan considerarse arquitectura? Tras evaluar ambos conceptos —lo visceral y lo académico—, podemos concluir que la respuesta va más allá del mero proceso de ideación. Ese cuestionamiento inicial surge de lo espontáneo y visceral, incluso en el ámbito académico. Sin embargo, el resultado final tomará forma según el proceso de cada arquitecto o diseñador, influenciado por una variedad de factores como la crianza, el entorno y las circunstancias. La inclusión de estos elementos hace razonable que toda arquitectura posea un valor visceral inherente, que da paso a una experiencia única para el individuo y fomenta la búsqueda de la razón.
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